Esta mañana me levante dichoso, despreocupado, pensando
que ya no volvería a sufrir. Me plantee recordar todo lo bonito que viví, antes
de venir aquí. Decidí empezar a recordar cuando vivía con mi mujer y mi hija en
Praga; aquellos bellos momentos por nada los cambiaba.
Cada día, con cuentagotas, veía como algún vecino, pariente
o amigo tomaba aquel tranporte, por
entonces tan conocido, y emprendía el último y más largo viaje de su vida. Escuchaba
por la radio las desgracias de los judíos y me sentía muy agradecido de seguir
todavía vivo.
Pero mi suerte cambio la mañana del 4 de Agosto. Sin
saber cómo ni porque me encontraba recluido con un millon mas de judios y
separado de mis dos seres más queridos. Cada día que pasaba me sentía mas
desgraciado; no podía creer a los límites que habiamos llegado. Nos hacian
trabajar como esclavos y llevar acabo trabajos forzosos de los que no todos
salían victoriosos.
Aunque no me cabe constancia del día que es hoy, desde
aquel día vivo un tormento.
Ahora me dirijo a lo que será mi descanso después de esta
vida penosa que he tenido, por el mero hecho de nacer judio. Puedo decir que me
encuentro feliz y no mentiría, ya que desde aquel día estoy más muerto que vivo. Apenas como, ni duermo… y es
que ningun ser humano merece pasar por
este infierno.
Me coloco en posición de recibir la liberación de este
castigo que mi peor enemigo me adjudico. Miro hacia atrás y sólo veo cadáveres
de seres humanos que no nacieron para ser alemanes.
El tirador se prepara y yo me despido, preguntandome
cuando se nos concedera el privilegio de volver a respirar el aire fresco.
Marta Ramos García
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