jueves, 26 de enero de 2012

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Esta mañana me levante dichoso, despreocupado, pensando que ya no volvería a sufrir. Me plantee recordar todo lo bonito que viví, antes de venir aquí. Decidí empezar a recordar cuando vivía con mi mujer y mi hija en Praga; aquellos bellos momentos por nada los cambiaba.

Cada día, con cuentagotas, veía como algún vecino, pariente o amigo tomaba  aquel tranporte, por entonces tan conocido, y emprendía el último y más largo viaje de su vida. Escuchaba por la radio las desgracias de los judíos y me sentía muy agradecido de seguir todavía vivo.

Pero mi suerte cambio la mañana del 4 de Agosto. Sin saber cómo ni porque me encontraba recluido con un millon mas de judios y separado de mis dos seres más queridos. Cada día que pasaba me sentía mas desgraciado; no podía creer a los límites que habiamos llegado. Nos hacian trabajar como esclavos y llevar acabo trabajos forzosos de los que no todos salían victoriosos.

Aunque no me cabe constancia del día que es hoy, desde aquel día vivo un tormento.

Ahora me dirijo a lo que será mi descanso después de esta vida penosa que he tenido, por el mero hecho de nacer judio. Puedo decir que me encuentro feliz y no mentiría, ya que desde aquel día estoy más  muerto que vivo. Apenas como, ni duermo… y es que ningun ser humano merece  pasar por este infierno.

Me coloco en posición de recibir la liberación de este castigo que mi peor enemigo me adjudico. Miro hacia atrás y sólo veo cadáveres de seres humanos que no nacieron para ser alemanes.

El tirador se prepara y yo me despido, preguntandome cuando se nos concedera el privilegio de volver a respirar el aire fresco.


Marta Ramos García

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