viernes, 27 de enero de 2012

HASTA SIEMPRE





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HASTA SIEMPRE
   

Solamente tenía 7 años, los suficientes para darme cuenta de que mi familia no estaba pasando por buenos momentos, para darme cuenta de que apenas teníamos comida en casa, de que apenas entraba luz en mi casa. Ya no jugabamos, ya no reíamos...
    No era como todas las niñas pequeñas de ahora, que tienen juguetes, regalos, una buena casa... y que su mayor sueño era ser una princesa de cuento. Sólo quería ayudar a mi familia, para que así un día todos pudiéamos tener suficiente para comer.
    Todas las mañanas me levantaba temprano para ayudar a mi madre en las tareas del hogar. Ella también trabajaba fuera de casa y casi no podía descansar. Mis hermanos y yo no soportábamos ver a nuestros padres y abuela tan cansados, salían de casa por la mañana y volvían de noche. No jugábamos a gusto pensando en ellos, así que un día empezamos a hablar de nuestra situación mis hermanos y yo. Debíamos ayudar de la manera que fuese a nuestros padres.
    Una de esas mañanas frías, oscuras... me desperté con el sonido de las cacerolas que mi madre utilizaba siempre para hacer el desayuno. Varios minutos después, mis hermanos y yo nos levantamos, desayunamos y vimos como mis padres se iban a trabajar. Salimos tras ellos. Sí, como una persecución como las que hacen los guardias detrás de tí cuando robas un paquete de galletas en la ciudad.
    Llegamos al lugar donde trabajaban, una mina de oro. Por allí parecía haber gente más adinerada que mi familia. Nos colamos en una casa y entre pasillo y pasillo llegamos a la oficina de un hombre con aspecto importante.
    Después de contarle nuestra situación y pedirle trabajo para ayudar a nuestros padres, nos dijo que tenían un lugar mejor para nosotros, con la condición de ir acompañados por un adulto...
- ¡Ya está! ¡Nuestra abuela!
    Corrimos a casa a toda velocidad y metimos todas nuestras pertenencias en una bolsa. Convencer a la abuela no fue fácil, pero ella sabía que era por una buena causa: trabajar para ayudar a nuestros padres y así poder tener más comida.
    Dejamos una nota sobre la mesa:
    "Queridos papis, hemos ido a un lugar a trabajar nosotros, nos lo ha recomendado un hombre con aspecto importante de vuestro trabajo. Volveremos pronto con un poco de dinero y así, mamá, poder hacerte un regalo. Os queremos"
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    Eran alerededor de las ocho de la tard cuando bajamos del tren. Mamá aún no habría llegado a casa, no era consciente de nuestra marcha.
    Unos señores muy raros guiaban a todos los viajeros a una sola sala. Allí no había luz, sólo se podían palpar unas cuantas sillas. Todos estabamos sentados esperando...
    Pasado un rato, la mamá de los niños llegó a casa. Leyó la nota; ella sabía quienes eran esas personas. Desconsoladamente comenzó a llorar sin consuelo alguno.
    Sólo espero que mamá sea feliz. Hasta siempre.

Claudia Pereira Domínguez 3ºA




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