No sabía muy bien lo que hacía allí tras unas verjas y miles de personas queriendo escapar. Estaba con mi madre en casa, ella preparaba la comida del medio día, cuando de repente, asaltaron la vivienda varios hombre armados diciéndonos que teníamos que irnos con ellos. Mi madre, asustada, cogió a todos mis hermanos, empezó a gritar e intentó escaparse de ellos, pero no sirvió de nada. Varias docenas de hombres se encontraban en la plaza del pueblo dispuestos a llevarnos a un lugar desconocido. Nos mandaron subir a un camión grande, las mujeres no paraban de llorar y de preguntar por la familia que no habían encontrado. Tras varias horas, llegamos a un descampado, un lugar aislado donde nadie podía vernos. El recinto estaba rodeado de alambre, y por más que lo intentásemos no podríamos escapar. Nuestras caras eran espeluznantes, nuestro destino ya no estaba en nuestras manos, sino en el de aquellos hombres que nos iban a dejar marca hasta el día nuestras muertes, sin imaginarnos que ese día llegaría antes de que nadie lo esperase.
Gloria Martínez González 3º ESO
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