¿Qué si me acuerdo dices? ¿Cómo olvidarme? Tan solo tenía yo catorce años cuando, inocente y desesperado, me creí las mentiras de un hombre con un uniforme extraño. Lo primero que hizo fue cogerme del brazo y, muy bruscamente, entre patadas y puñetazos, me metió en un vagón oscuro, maloliente, saturado.
Preguntaba por mi madre, aguantando el llanto, hasta que un caballero alto y fornido, tuvo la decencia de acercarse a mí, se presentó y me extendió su mano, me explicó a dónde íbamos y lo lejos que me quedaba del reencuentro con mi padre, mi madre, y mis hermanos.
Entonces lo comprendí. De repente maduré: lo que me quedaba en aquel lugar horrible no era más que ser un esclavo, que solo sirve para trabajar y servir. Y además, mi muerte, sumada a las de mis compañeros y compañeras de calvario, para ser tirado, utilizado o incluso quemado.
No sabía lo que hacer, estaba solo y asustado, pero entonces me acordé de ellos, mi familia, a la que sigo amando, esa misma que siempre me ayudó. Y lo que aprendí de ellos me ha salvado: decidí luchar, seguir adelante y no perder jamás la sonrisa que conmigo ha entrado en este campo de maltratos.
Es duro, incompresible quizás. Es algo que me ha marcado, pero lo que espero algún día, es que mis memorias y diario, sean leídos por personas, los que comprendan que los derechos humanos, están por encima de todo. Cada persona es importante y única, y es lo que debe de ser valorado.
¿Qué si me acuerdo dices? ¿Cómo olvidarme? Tan solo tenía yo catorce años cuando, inocente y desesperado, me creí las mentiras de un hombre con un uniforme extraño. Lo primero que hizo fue cogerme del brazo y, muy bruscamente, entre patadas y puñetazos, me metió en un vagón oscuro, maloliente, saturado.
Preguntaba por mi madre, aguantando el llanto, hasta que un caballero alto y fornido, tuvo la decencia de acercarse a mí, se presentó y me extendió su mano, me explicó a dónde íbamos y lo lejos que me quedaba del reencuentro con mi padre, mi madre, y mis hermanos.
Entonces lo comprendí. De repente maduré: lo que me quedaba en aquel lugar horrible no era más que ser un esclavo, que solo sirve para trabajar y servir. Y además, mi muerte, sumada a las de mis compañeros y compañeras de calvario, para ser tirado, utilizado o incluso quemado.
No sabía lo que hacer, estaba solo y asustado, pero entonces me acordé de ellos, mi familia, a la que sigo amando, esa misma que siempre me ayudó. Y lo que aprendí de ellos me ha salvado: decidí luchar, seguir adelante y no perder jamás la sonrisa que conmigo ha entrado en este campo de maltratos.
Es duro, incompresible quizás. Es algo que me ha marcado, pero lo que espero algún día, es que mis memorias y diario, sean leídos por personas, los que comprendan que los derechos humanos, están por encima de todo. Cada persona es importante y única, y es lo que debe de ser valorado.
Belén Triviño
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