Fuente: http://www1.yadvashem.org/yv/es/exhibitions/this_month/may/12.asp |
Era 27 de Mayo de 1944, pero para los judíos ya no importaba el día, todos eran iguales: el mismo sufrimiento. Nadie como sus voces para contar el infierno que vivieron, pero ya no podrán hacerlo: silenciaron sus gritos con golpes, como si esa fuera la solución. Por eso voy a hacerlo yo. Aunque creo que al ver estas fotos sobran las palabras. Niños, a los que injustamente se les ha arrebatado las esperanzas, los sueños, la vida. Madres que han visto padecer a lo que más quieren, sus hijos, y que inocentemente tratan de protegerlos en sus regazos. ¿Puede uno acostumbrarse al dolor? Creo que ellos lo hicieron. Levantarse una mañana y morir al mediodía era para ellos, como para nosotros levantarnos y desayunar, una simple rutina. Y seguro que tendrían frío y hambre, pero… ¿Crees que alguien los escuchaba? ¿Crees que a alguien le importaba? Nadie hizo nada por ayudarles, nadie vio en ellos personas.
¡Ahí están! ¡Ahí vuelven! Ya casi les echaban de menos. ¿Y ahora que harán que con ellas? ¿Con sus niños? A patadas y empujones, se las llevan del bosquecillo. Llegan al crematorio, y se desnudan ante la mirada de aquellos crueles hombres. Se empeñan en engañarlas, pero ya no hace falta: saben bien a donde van. Los niños lloran, y las madres conscientes de que no pueden impedir la muerte de sus hijos, les abrazan intentando tranquilizarles. Ha llegado la hora, ha llegado el final. Las meten en la cámara, y cierran la puerta ignorando los gritos que piden una segunda oportunidad. El gas comienza a salir, e injusta y lentamente empieza a ahogar rostros, vidas, y todo cuanto hay detrás de una persona. Al menos ya no sufrirán más.
Ángela Rodríguez Lanza
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